Me pregunta en un comentario (Anónimo, quien más comentarios
escribe) qué música es esa que menciono, en la entrada anterior, que Brahms
escribió para clarinete. La respuesta a esta pregunta bien merece una entrada
para ella sola. Procuraré no aburrirles. Es una historia romántica, la de la
relación de Brahms con el clarinete, como románticamente novelesca fue la vida
de Brahms. Asomémonos, con amor y respeto, a estos últimos días de Brahms, y veamos, y escuhemos.
En el año 1891, cuando Brahms contaba 58 años de edad,
comenzó a escribir su testamento. Cabe destacar que Brahms realizó donaciones
de su importante biblioteca a varias asociaciones musicales; en su biblioteca
había una valiosísima colección de manuscritos musicales, de Haydn, Mozart,
Beethoven, pero también de maestros más antiguos. Al mismo tiempo empezó a
revisar toda su música, retocar esto, descartar aquello, terminar esto otro,
como dando por finalizada su vida creativa y queriendo dejar toda su obra en
orden, cada cosa en su sitio.
Sin embargo, del manantial creativo del maestro todavía quedaba
por manar mucha agua y muy pura. Al parecer, Brahms, tuvo la oportunidad de
escuchar a un gran clarinetista, Richard Mühlfeld, integrante de la orquesta
de Meiningen. Obtengo esta preciosa información de un libro muy querido para mí
que leí con deleite en mi juventud: Geiringer,
K.: Brahms, su vida y su obra, publicado en español por la editorial
Altalena en Madrid en 1984. Supongo, que como todos los libros buenos, estará
absolutamente descatalogado, en este país somos asín. Brahms quedó embelesado por la excepcional dulzura del timbre
que este músico obtenía de su clarinete: «melancólico cantante», «querido
ruiseñor», así llamaba Brahms a Mühlfeld.
Sea como fuere, Brahms, retomó la
pluma y escribió, en ese mismo año de 1891, su trío para clarinete, Op. 114, y
poco después su quinteto para clarinete, Op. 115. Se estrenaron ambas obras en
Berlín, el día 12 de diciembre del mismo año, en un concierto protagonizado por
el «Cuarteto Joachim», y fue tal el éxito que hubo que repetir el Adagio del quinteto. Quiso el azar que
en ese mismo recital estuviese presente el pintor Adolf Menzel:
Richard Mühlfeld |
«Frecuentemente
pensamos aquí en usted, y a menudo, comparando nuestras anotaciones, confesamos
nuestra sospecha de que una noche la propia Musa en persona se apareció
-disfrazada con el traje de gala de la Corte de Meiningen- con el fin de
interpretar cierto solo de madera. En esta lámina he tratado de captar esa
sublime visión»
Entre Brahms y Menzel había una íntima amistad. Sus
opiniones sobre el arte y la vida en general eran muy afines; también
compartían la afición por los placeres más prosaicos de la vida: Menzel
preparaba enormes banquetes en honor de su buen amigo... Ya mencionamos que
Brahms gustaba mucho del buen yantar y buen beber, y que un gran banquete para
él bien podía estar constituido de ocho o más platos.
Pero todavía quedaba gran música por brotar del cansado
corazón de Brahms. En 1894 escribió las dos sonatas para clarinete y piano, las
Op. 120/1 y 120/2. Bien, si a estas obras mencionadas añadimos los dos Lieder para contralto, viola y piano,
Op.91, cuya parte de viola es a menudo interpretada por un clarinete completamos
toda la música expresamente escrita por Brahms para ese «melancólico cantante»
que es el clarinete.
Es muy difícil para mí escoger. Cuando fui joven, Brahms era
para mí el mejor compositor de todos. Al cabo ha ido a ocupar en mi escalafón
el lugar más modesto que le corresponde. Aun así, sigo amando la música de
Brahms, cómo si no. La dulzura, la ternura, la emoción que sigo encontrando en
la música de este maestro no la encuentro en ningún otro; acaricia mi oído y mi
alma con una suavidad que todavía me estremece. Por estas razones me resulta
difícil escoger, ¿qué no escoger?... Tengo una gran cantidad de versiones de toda la música del
maestro de Hamburgo, lo cual me dificulta todavía más, si cabe, las cosas. De
modo que no me voy a detener mucho, cogeré esto por aquí, aquello por allá...
En primer lugar, y por seguir el orden de composición,
propongo el primero, Allegro, y el
tercero, Andantino grazioso, de los
movimientos del trío Op. 114. Tocan Sabine Meyer, clarinete, Heinrich Schiff el
chelo y Rudolf Buchbinder, claro, el piano.
A continuación podemos escuchar el primero movimiento, Allegro, y el tercero, Andantino, Presto non assai, ma con
sentimento, del quinteto Op. 115, interpretados por miembros del «Berlin Philharmonic Octet»:
Prosigamos con el segundo movimiento, Andante un poco adagio, de la sonata en fa menor, Op. 129/1. Tocan Thea King, el clarinete, y Clifford
Benson el piano:
De la sonata Op. 129/2, en mi bemol mayor, podemos escuchar su primer movimiento, Allegro amabile, interpretado por Sharon
Kam, clarinete y Martin Helmchen piano:
Carlos no te puedes ni imaginar la alegría que me has dado. Brahms escribió posiblemente la música más bonita que se ha escrito jamás para clarinete. La sonata n1 una preciosidad pero el quinteto... buff es que no hay por donde cogerla, una pasada. De verdad, me encanta. Producen en mi la misma sensación que el concierto de tchaikovsky. Gracias por acordarte de este instrumento tan puñetero que algunos intentamos hacer sonar.
ResponderEliminarPor cierto, mestre, ¿cómo estás? La semana que viene nos vemos. Te pasaré más versiones, que las hay muy buenas. Un abrazo.
Imaginaba que eras tú ese tal Anónimo. La música de Brahms, en general, acaricia dulcemente, consuela nuestros corazones. Y recuerda: el instrumento no importa, lo que importa es la música que se toque y el corazón y la mente de quien esté tras ese instrumento (no los dedos, ni el aliento).
ResponderEliminarUn abrazo, José
No era yo, mestre, pero aún así te agradezco el detalle. Nos vemos la semana que viene.
ResponderEliminarPoco a poco nos vamos conociendo mejor. Un abrazo, José
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